El miércoles es un día bisagra, se encuentra justo en la
mitad de la semana. Pasado él sólo nos quedan dos días para el ansiado fin de
semana. Es cuando se toma plena conciencia que muy atrás quedó el odioso
lunes. Y que si levantamos la vista divisamos en el horizonte gris, lluvioso y frío, al glorioso viernes como una meta próxima, fácilmente alcanzable.
En días como este, yo, al menos, me pongo reflexiva.
Mi mente se dispara y entra en cuestiones que generalmente se escapan de mis manos.
Se tornan inmanejables, ingobernables y hasta adquieren vida propia. Llevándome
por lugares indómitos e impensados. Terminando quien sabe dónde, sin saber como
llegué, ni como salir de allí.
Es en esos momentos en los que comienzo a hilar fino. A hilvanar
ideas y pensamientos que quizás a nadie ni para nada sirvan. Pero, es así,
algunas cosas pasan y ya. Sin un porque ni un para que. Solo ocurren.
En ocasiones es mejor no cuestionarse, es mejor dejar que
las cosas ocurran sin interferir en su curso. Porque es en esos momentos, y no
en otros, cuando pasa lo que no hubiera pasado en años o lo que tal vez
nunca debería haber ocurrido.
Por eso es mejor no entrometerse, dejar que todo siga
su curso natural. Sin indagar, sobre estas u otras cuestiones. En
ocasiones cuando nada se dice, es mejor no preguntar y que la incógnita quede
flotando. Que preguntar y despejar la duda o dudas, según el caso. Por que
cuando aparece la certeza nada se puede modificar.
A veces esa es la materialización de lo que nuestros miedos
tramaron, enmarañaron y crearon. En otras el alivio nos quita ese peso de
encima. Lo seguro es que para ambos casos debemos estar sumamente preparados.
De estas y de otras cuestiones es de lo que se ocupa mi
mente. Que en forma arbitraria y de manera intempestiva entra en connivencia
con mi inspiración y mi inconstancia, apoderándose de mi interés. Y
haciéndome hacer por ende estas reflexiones de Miércoles.
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